La palabra lloran en su original griego es una palabra muy fuerte en el sentido en que se expresa.
Es un fuerte lamento apasionado por uno que fue amado con profunda devoción. Da a entender la tristeza de un corazón afligido, el dolor del alma, la angustia de la mente. Como por ejemplo:
a) Llorar por una perdida personal
b) Llorar por la propia maldad y pecaminosidad de uno
c) Llorar por el mal que hay en el mundo
d) Por la muerte de un ser muy querido
Por lo tanto incluye un sentido de compasión y sincera preocupación por otros.En otras palabras podríamos parafrasear esta cita de la siguiente manera: “Que felices son aquellos que se preocupan intensamente por las heridas, tristezas, y las perdidas de los demás”
El Señor le dijo cierta vez al rey Ezequías: “He oído tu oración y he visto tus lágrimas” (Isa 38:5). El rey estaba afligido, clamó al Señor y el Señor oyó su oración, vio sus lágrimas, y le concedió lo que pedía. ¡Cuán capaces de conmover a Dios son las lágrimas de un hombre o de una mujer que se derraman delante de él! Recordemos a María, la hermana de Lázaro. Mientras su hermana Marta recriminó al Señor porque no había llegado antes para evitar que Lázaro muriera, María se derramó a los pies del Señor y lloró con lágrimas tan angustiosas, que el Señor, al verla así, también lloró. Fueron las lágrimas de María, y no los argumentos de Marta, que trajeron –por así decirlo– un milagro a favor de Lázaro. Recordemos a esa otra mujer pecadora que llegó y comenzó a regar con lágrimas los pies del Señor. Ella se sentía acusada en su conciencia. Era una mujer de mala vida. No tenía méritos que exhibir; sólo tenía pecados que llorar. Y el Señor Jesús la acogió. Y cuando ese fariseo se levanta para apuntar a la mujer con el dedo, el Señor sale en su defensa. ¡Qué poder tienen las lágrimas delante de Dios! ¡Cómo se apresura su mano para enjugarlas, y para defender a quien las derrama delante de él!.
Hay hombres que tienen tan endurecido el corazón que sus ojos están secos. Hace mucho que no derraman una sola lágrima. Y aunque lo quisieran hacer, no pueden. ¡Qué desgracia es tener un corazón de piedra! Socialmente es mal visto llorar en público. “Cualquier cosa –dicen algunos–, pero que no me vean llorar”. Ellos nunca recibirán el consuelo de Dios. Ellos no conocen la mano del Señor cuando acaricia, o su ungüento que sana las heridas. ¡Los que lloran sí tienen esta bienaventuranza!
Cuando miramos al Señor en los días de su carne ofreciendo ruegos con gran clamor y lágrimas (Heb 5:7), nos damos cuenta que para un cristiano las lágrimas no pueden ser extrañas. No son algo ocasional tampoco, como no lo era para Pablo, el que solía servir al Señor con muchas lágrimas, amonestar a los hermanos con lágrimas, y escribir a los hermanos con muchas lágrimas (Hch 20:19,31; 2ª Cor.2:4).
¡Bienaventurados los que lloran! Ellos tienen un corazón que puede sentir el dolor ajeno. Y también pueden sentir su propia desgracia, su propia necesidad, sus propias faltas. ¿Cómo no llorar después de ver que una y otra vez le hemos faltado al Señor? ¿Cómo no llorar después de ver que hemos mancillado su nombre, hemos ofendido al hermano, hemos buscado nuestra propia defensa y vindicación? ¿Cómo no llorar la desgracia de tener un carácter tan terreno? ¿Cómo no llorar la desgracia de ser tan duros todavía?
Lágrimas delante de Dios
Hay un versículo en un Salmo que es muy consolador. Dice: “Pon mis lágrimas en tu redoma. ¿No están ellas en tu libro? Serán luego vueltos atrás mis enemigos el día en que yo clamare” . Ninguna de las lágrimas que derrama un hijo de Dios pasa inadvertida para el Señor. Esas lágrimas que lloraste, él las vio y están anotadas en su libro. Seguramente esa redoma donde están nuestras lágrimas tiene una medida, y tendremos que llorar todo el tiempo que sea preciso hasta que esa medida se complete. Seguiremos llorando por los que amamos, pidiendo por los que nos ofenden, y por todas las circunstancias adversas que no hemos podido superar.
Dice también este versículo: “Serán vueltos atrás mis enemigos el día en que yo clamare.” ¡Qué confianza tiene el salmista! El día en que yo clamare, algo ocurrirá, vendrá un movimiento desde los cielos, se moverán los ángeles, el Señor extenderá su mano. Mis enemigos serán vueltos atrás. ¿Lo has comprobado, amado hijo de Dios?
También dice la Escritura: “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente” (Sal 84:6). Esto es algo que puede parecer extraño a los del mundo. Los cristianos lloran, pero con la misma facilidad que lloran, ellos ríen. Después del llanto viene el consuelo. Las lágrimas se lloran en el valle, pero, al final de ese valle, hay una fuente que salta. Hay un frescor en el alma, hay una risa en la boca. Sí, más allá de las lágrimas, porque ellos reciben consolación.
¿Delante de quién lloramos? Hay dos clases de lágrimas que derraman los hombres impíos, por las cuales nunca serán consolados: las que derraman ante el policía cuando infringen la ley, o delante del juez para aminorar el castigo. Y son también las lágrimas que lloran a solas en su soberbia porque no lograron lo que quisieron. Hay lágrimas de ira, de impotencia, que nunca recibirán consolación. Pero “bienaventurados los que lloran (delante de Dios), porque ellos recibirán consolación.”
Por lo tanto el rasgo de carácter que se desarrolla es la “compasión” por los demás.
La biblia dice:"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (Heb 4.15)
LA PROMESA ES: Recibirán consolación el hecho de ésta promesa es muy interesante los que lloran serán consolados. En el sentido de que vendrá en tu vida.
En otras palabras en la medida en que tu te preocupes y llores por otros, en el momento de angustia recibirás una consolación sobrenatural que solamente vendrá de Dios.
Cuando alguien sufre tribulación y llora se quebranta, y reconoce su debilidad, en esa misma medida recibirá de parte de Dios la consolación. Si no se quebranta entonces no será consolado.